Este sábado plomizo y frío, último que cierro la librería por la tarde, parece que no invita demasiado a dar un paseo que es lo que yo pretendía, así pues cojo un libro de David Byrne, !!vaya tambien escribe!! el lider carismático del grupo musical Talking Heads allá por los 80, así que desempolvo una vieja cinta de cassette pirateada y rotulada por el entrañable Miquel Alamar ,"El nom d´aquesta bada es T.H." , me calzo los auriculares y abro el libro con la intención de pasar un buen rato.
Los diarios de bicicleta de David Byrne son postales urbanas llenas de color y música. Notas sueltas sobre barrios, edificios, galerías, bares, calles, banquetas, monumentos, prostíbulos, puentes, casas, parques. Bocetos ágiles de los habitantes de estos rincones. Denver desolado; Berlin escondiendo la sordidez en su fanatismo de orden; suburbios que veneran el mall, arquitecturas desalmadas; manantiales de creatividad. Estambul, y su Topkapi, Londres, Manila, Buenos Aires, San Francisco y por supuesto Nueva York, ciudad donde reside. El artista medita sobre la censura, la memoria, los estereotipos, la violencia. Apuntes sobre el arte y la música en de cada vecindario visitado. Las estampas bicicleteras son también un alegato discreto por la ciudad. Sabe bien que el concreto, el vidrio y la piedra (para invocar otra canción suya) nos esculpen. Las calles, los barrios, los árboles en las aceras, las glorietas nos dan forma. Byrne disfruta los muchos sabores de lo urbano: el anonimato que permiten las grandes concentraciones y la intimidad de ciertos barrios. El trazo caminable y cierto desorden excitante, aún el peligro que acelera la sangre. Ciudades vivas, sensibles, en movimiento. Observar una ciudad, involucrarse en ella es uno de los grandes gozos de la vida. Es parte, dice Byrne, de lo que significa ser humano.
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