Carmen Beltran, Enrique Cabezón y Viktor Gómez.
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las viñas se enroscan en el vidrio / gafas del alcohol
hipnosis de la llama cimbreante / te voy a besar para que mates la sierpe
que ha congelado mis vísceras / te voy a besar pequeño hijo puta
porque tu aguijón despierta / una cigarra desafinada / un pez sin aire
el nervio inesperado del miniaturista / la psicosis de la víctima
todo cabe aquí dentro / también tú bailarín de cereza
aquí tienes el abismo / arrástrame a tu sopor veraniego
mañana desenroscaremos el cierzo / te voy a besar pequeño marica
y me va a gustar
de No busques lágrimas en el ojo del muerto (Germanía, 2006)
CARMEN BELTRÁN (LOGROÑO, 1981) Es licenciada en Humanidades y miembro de la Asociación Cultural Planeta Clandestino, así como de su rama editorial, Ediciones del 4 de Agosto. Ha participado, entre otros, en diversos recitales organizados por el Aula Literaria de Logroño, el Ateneo Riojano, Ediciones del 4 de Agosto, la Asociación de Vanguardias Arnedanas Aborigen y la Universidad de La Rioja. En el 2005 participó en la Universidad de Covilha (Portugal) en las III Jornadas de Literatura y Cultura no Espaço Ibérico y en la XVIII Edición de la Semana Negra de Gijón. En el 2006 participó en EDITA (Punta Umbría, Huelva) con una videoconferencia, en los VIII Encuentros Voces del Extremo, organizados por la Fundación Juan Ramón Jiménez en Moguer y en las Veladas Literarias de la UIMP en Santander. Ha colaborado en revistas literarias como Portales, Fábula y Bart y ha publicado el libro de poesía Prohibido jugar (CELYA, Salamanca, 2005), así como poemas y relatos en diversos libros recopilatorios. Ha coordinado el libro La otra voz. Poesía femenina en La Rioja (Ediciones del 4 de Agosto, 2005) y su obra poética ha sido recogida en la antología La verdadera historia de los hombres (Eclipsados, Zaragoza, 2005). En la actualidad es la coordinadora del Aula Literaria de Logroño y de la revista literaria Portales
Creciendo
Siempre es otoño en el calendario.
Los meses se secan y las hojas,
agostadas a veces por un calor muy dulce,
congeladas de angustia otras tantas,
van cayendo
callando
cayendo.
A medida que esa suerte
de árbol que soy
envejece,
voy comprendiendo mejor el bosque.
Sauce llorica
me dañé antes mil veces,
me hurgué la corteza con cuchillas
(¿dónde se escondería esa savia
que tan dolorosamente me mantenía viva?)
me hurgué las raíces con los dedos
locos por vaciarme,
por negarme el alimento,
me hurgué el corazón de madera astillado,
lo toqué y mi respiración se detuvo.
Tonto árbol tozudo,
no sabía que ese dolor me salvaba
y que, por fortuna,
sólo logró hacerme más fuerte.
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